- La secretaria general de Cáritas Diocesana de Canarias recibe un homenaje en la Casa-Museo León y Castillo de Telde el día 24 de febrero
- Lleva más de 20 años aportando su granito de arena para ayudar a las personas a superar situaciones adversas en sus vidas
- Asegura que la pandemia provocó que se constataran realidades muy sangrantes en el Archipiélago
Las Palmas de Gran Canaria, 22 de febrero de 2021.- Caya Suárez, secretaria general de Cáritas Diocesana de Canarias desde 2015, lleva más de 20 años ayudando a quienes pasan por momentos difíciles en sus vidas a través de esta entidad de la Iglesia Católica, que asegura que pone a las personas en el centro de su atención. Cree fervientemente en los milagros, porque cree en las personas. “Los milagros no se producen porque viene el Espíritu Santo, los milagros somos cada uno de nosotros que hacemos posible que la realidad cambie. Dios nos acompaña, nos da esperanza y empuje, pero las manos las tenemos que poner nosotros”, explica.
Y es por ese motivo que una de sus frases favoritas, que tiene incluso en su perfil de WhatsApp, es: ‘El que no cree en los milagros no es realista’. Se la dijo un joven de Jinámar que tenía frustración porque creía que por haber nacido en ese barrio no iba a tener las mismas posibilidades, no iba tener estudios ni un un futuro mejor, hasta que vio que sí podía hacerlo, que era posible, y se matriculó en Bellas Artes, explica Suárez. “Me dio su primer dibujo, que era un unicornio, con esta frase para darme a entender que para él era un milagro que pudiera salir y avanzar”, agrega.
Por esta trayectoria de ayuda a los más desfavorecidos y a los que están en exclusión social, la Casa-Museo León y Castillo de Telde le rendirá un homenaje el día 24 de febrero, a las 19:00 horas, en el ciclo ‘Más que musas. La mujer en la cultura en Canarias’. Este acto pondrá en valor la labor que ha hecho esta diplomada en Trabajo Social por aquellas personas que están al margen de la sociedad para conseguir que trabajen en sus fortalezas y no se centren en sus debilidades.
Suárez reconoce que ya desde niña descubrió que le gusta estar con las personas y que jugaba con los niños que estaban al margen de las zonas de juego de los parques. Ya en Bachillerato comenzó a realizar un voluntariado en Cruz Roja y también a dar clases de español a inmigrantes, lo que le permitió conocer la realidad de África al relacionarse con personas que pedían refugio. Eso le llevó a ir en las vacaciones de verano a países como Camerún, Congo, Mauritania, Senegal, Togo, Kenia y Angola.
Y pese a ese interés por las personas, no escogió la carrera de Trabajo Social a conciencia sino “a voleo”, porque realmente decidió ir a la universidad por seguir los pasos de su hermana y quiso hacer Ciencias Económicas, pero su familia no se podía permitir pagar los estudios en Tenerife. Así que se apuntó a Derecho y puso como tercera opción la que es hoy su profesión. Dos meses después de empezar Derecho la llamaron para decirle que le habían admitido en Trabajo Social, que a partir de ese momento pasaba a ser pública, por lo que entró en el primer plan público de Trabajo Social. Y es ahí cuando se enamoró de la carrera, empezó a trabajar en un hogar de menores e hizo las prácticas en el Ayuntamiento de Santa Lucía, en un programa de familia.
Ya a finales de los años 90, hizo el primer proyecto para poner en marcha Sur Acoge, una red de acogida de personas inmigrantes, y la llamaron de Cáritas para colaborar en el sur de Gran Canaria en la regulación de conflictos, formación al voluntariado y habilidades sociales. Y el modelo de acción social de Cáritas le enamoró también, por ese motivo no lo ha abandonado, pese a que ha tenido otras ofertas de trabajo. Ahí lleva ya la mitad de su vida, desde la base hasta estar ahora en lo más alto de la pirámide. Ha sido coordinadora general de Acción Social de 2012 a 2015 y ha trabajado en programas de animación comunitaria, personas en situación de sin hogar, juventud, migraciones y cooperación al desarrollo.
“Me enamora de Cáritas el trabajo con la gente en su entorno desde el minuto uno porque la red de Cáritas está en la comunidad y a pie de calle. Su modelo de acción social pone a la persona en el centro. Y es que cuando una persona cae en una situación de exclusión social solo ve sus carencias y no sus fortalezas, y Cáritas te da ese acompañamiento para verlas”, explica.
“Yo trabajo con personas, no con colectivos. La persona tiene una realidad y puede ser migrante, sin hogar, y al mismo tiempo víctima de trata y madre con hijos. Esa es la riqueza del trabajo social, trabajar con personas en riesgo de exclusión y que las miremos como personas, sin etiquetas”, relata.
Cinco años difíciles al frente de Cáritas y la constatación de una “realidad sangrante”
Desde que llegó en 2015 a la secretaría general de Cáritas, Suárez ha tenido que hacer frente a varias situaciones imprevistas. En primer lugar, los incendios que asolaron Gran Canaria y el cierre de un centro para personas sin hogar, después la pandemia por el coronavirus y a la vez, una crisis migratoria. “Si miro para atrás, ha sido un trajín importante, pero es una corresponsabilidad de estar al servicio de la sociedad canaria”, explica.
Caya Suárez reconoce que los efectos derivados de la pandemia hizo que constataran una “realidad muy sangrante”. En el colectivo de atención ciudadana durante el estado de alarma hubo un incremento del 182 por ciento, porque padres de familia se ponían a esperar la comida de los comedores de personas sin hogar para darle de comer a sus hijos.
Este hecho les llevó a dar un giro a la atención, porque eran familias con vivienda, pero que se habían quedado sin trabajo o no cobraban el ERTE, y a la vez no tenían redes de apoyo. Ahí se constató lo que venían advirtiendo los informes de Cáritas desde hace años, que había un 34 por ciento de la población que antes de esta crisis ya estaba en situación de vulnerabilidad y que cualquier imprevisto la haría caer en una exclusión social.
“Esas son las nuevas realidades en exclusión social, personas que trabajaban en la economía sumergida, en precario por horas, temporales a los que no se les renovó el contrato, los que no están cobrando el ERTE, empleadas del hogar y víctimas de trata que fueron expulsadas de los clubes”, especifica. Y en este último apartado, el de víctimas de trata, constataron un importante aumento, aunque no saben si ya existía y era una realidad escondida.
Otro de los colectivos vulnerables durante el estado de alarma fueron las personas mayores sin redes de apoyo, por lo que contrataron empleadas de hogar que se habían quedado sin empleo para atenderlas. “Había realidades muy sangrantes de mayores que no se bañaban o no podían levantarse de la cama, incluso que no comían por no poder cocinar o salir a comprar”, explica Suárez.
Y esta nueva realidad, que en el primer semestre de 2020 provocó un aumento del 85,1 por ciento de la atención general de Cáritas, se dio en un contexto en el que hubo que adaptar la metodología de trabajo debido a la crisis sanitaria. “Cáritas hizo un trabajo presencial, combinándolo con el trabajo a distancia, pero los servicios básicos de acompañamiento y de atención a la persona se mantuvieron presenciales”, especifica.
Una nueva crisis migratoria
En plena pandemia, Cáritas tuvo que hacer frente también a una nueva crisis migratoria, pero ya contaba con la experiencia de las crisis de los cayucos de hace más de 10 años, que fue todo un aprendizaje del trabajo de convivencia y de atención a los migrantes, aclara. Ya en octubre de 2019 comprobaron que no se estaban activando las casas de acogida humanitaria. “Ahí se empezó a constatar lo que ya sabíamos, y es que iba a haber un repunte de llegadas, aunque la crisis del covid ha afectado y ha sido mayor de lo previsible”, y pese a ello, no se habían activado los dispositivos para los programas de acogida humanitaria, lamenta.
Suárez asegura que no hay una avalancha de inmigrantes, sino que son flujos migratorios, por lo que pide que haya corredores seguros que ahora no existen, ya que se deja en manos de las mafias y se permite que muchos de ellos mueran en el mar. Reconoce que sí ha habido descoordinación de las administraciones, falta de comunicación, de trabajo integral, de relación con el entorno, y aclara que una acogida no es un techo y comida, es una acogida integral para hacer frente a ataques de ansiedad, frustración, desesperación y crisis por haber visto como mueren personas en el viaje.
“Necesitan atención psicológica y asesoramiento jurídico en su lengua materna para que entiendan en qué situación se encuentran en España, cuáles son sus alternativas o si tienen derecho a pedir asilo”. Por eso echa en falta el acompañamiento y que no exista un trabajo con la vecindad, de información y de lazos de relaciones. “Para construir relaciones positivas, de convivencia e interculturalidad tiene que haber voluntad, no ruptura de los procesos migratorios, y un trabajo integral y con el entorno”, detalla.
“La situación de conflictos con los inmigrantes y de actos concretos de odio surgen del contexto y hay que ir a las causas, y la causa no es solo la crisis migratoria, hay que ser muy simple para pensar eso, las causas vienen desde antes de esta crisis migratoria y desde antes del covid”, explica Suárez. Especifica que Canarias estaba antes de la pandemia en una situación de pobreza estructural, con un 29 por ciento de población en pobreza severa, que era la mayor de todas las comunidades autónomas, a lo que había que sumar un 34 por ciento más que estaba en situación de vulnerabilidad y que caería en el exclusión con una nueva crisis.
“Llega la crisis del covid y ha habido un aumento de las personas en exclusión social y un aumento de la pobreza severa, a lo que se añade la crisis migratoria, donde las situaciones de desesperación, de ruptura de procesos migratorios, de falta de acogida integral y de no convivencia ha provocado que haya una falta de comunicación porque no hablan el mismo idioma. Todo eso, que son las causas, desencadena falta de relaciones interpersonales, falta de entendimiento, de comunicación, de habilidades sociales, desinformación, frustración, ansiedad, conflicto y violencia”, resume.
Pero aclara que como nota positiva existen colectivos, entidades, iniciativas públicas y políticos concretos que van plantando semillitas, con acciones que hacen que se vayan calmando situaciones en contextos concretos y en momentos concretos. “Es una política de apagar fuegos, pero no de reforestar o de limpiar antes para que no haya combustible. No se está limpiando, y no se trata de cambiar de un día para el otro, no hay una respuesta inmediata. Ahora tenemos que trabajar sobre tierra quemada, ya ha pasado, ya hay una desconfianza, ya no nos creemos, ahora tiene que haber una construcción de un nuevo clima, de una nueva convivencia que se demuestre con hechos, con iniciativas concretas, dando pasitos. Y si se siguen manteniendo esos pasitos volveremos a construir esa convivencia”, admite esperanzada.
Suárez asegura que la administración pública tiene la obligación de atender las realidades de situación de exclusión social y pobreza de Canarias, pero no a golpe de incidencias o de las consecuencias que provoca la pobreza, sino trabajar desde las causas, con las personas y con su entorno. “Si caemos como paracaidistas con proyectos en base a las consecuencias, no estamos mirando el conjunto, su entorno, su barrio, su cultura, sus costumbres y la realidad de las familias. Eso hace que siempre estemos apagando fuegos, pero no plantamos árboles y es importante plantar semillas”, concluye.