El vecino más longevo de la historia de Mogán, Antonio González Suárez, ha fallecido este jueves a los 105 años. Natural del barrio de Veneguera, eL 28 de marzo hubiera cumplido los 106. El municipio pierde a hombre muy querido, que disfrutó de una vida marcada por su dedicación al trabajo y el amor a su familia.
Antonio González Suárez nació en Veneguera el 28 de marzo de 1918, siendo el tercero de nueve hermanos. Siempre inquieto, fue a la escuela de los siete a los catorce años y, cada día, después de clase, cuidaba las cabras de la familia. Sus primeros empleos fueron despedregando terrenos en la finca de su abuela y haciendo muros de carreteras, trabajando de sol a sol.
Como a todos los jóvenes de su generación, le pilló la Guerra Civil. En ese entonces, con 19 años, trabajaba en la carretera de La Puntilla y lo fueron a buscar para que hiciera el servicio militar, que se prolongó duró siete años. Afortunadamente no participó directamente del conflicto, ya que mientras tenía lugar en la Península, él estaba destinado en Marruecos, donde estuvo cuatro años, periodo durante el que falleció su padre. Cuando finalizó la guerra, estuvo tres más años como vigía en las torres de vigilancia de las playas de Maspalomas y Puerto Rico.
Regresó a Veneguera a los 26 años, donde comenzó a trabajar en su finca, de la que no se separó nunca. Se casó a los 30 años con Margarita y tan solo un año después, en 1949, nació su única hija, Ramona. El matriminio ahorró para comprar un solar en el que poco a poco fueron construyendo su casa, porque Antoñito, como le conocían, siempre fue muy familiar y le gustaba tener su hogar lleno de niños y niñas jugando. Así, gozó de sus tres nietos, a los que contaba cuentos inventados antes de dormir, y por los que dejar de fumar.
Aunque se jubiló, siguió dedicándose a sus cabras, acompañado en muchas ocasiones de un burro, que fue parte de sus piernas y el único medio de transporte que manejó en su vida. Hasta sus 103 años se preparaba él mismo el desayuno y la cena, pero a partir de entonces las piernas le empezaron a fallar y necesitó más apoyo de su familia, que siempre ha estado para él. A pesar de esto, le seguía gustando ir a su finca y sentarse en su patio cada mañana a disfrutar del sol.
Antonio deja un poquito huérfano el municipio, y en particular el barrio de Veneguera, que echará de menos sus saludos mañaneros y algunos, también, el buen contrincante que era jugando al dominó. En el recuerdo queda su último cumpleaños, en el que familiares, vecinos y vecinas, entre estos los ediles y la alcaldesa de Mogán, Onalia Bueno, celebraron la vida de Antoñito dándole todo el cariño y el amor que este buen hombre, como lo fue hasta el final, merecía.