Viernes, 29 Noviembre 2024 16:04

Jorge Onrubia: “No se pueda minimizar la aportación del trabajo esclavo en las haciendas azucareras de las islas”

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El arqueólogo e historiador es uno de los coordinadores de las jornadas ‘Los primeros azúcares atlánticos’ que se celebran en la Casa de Colón y el Museo y Parque Arqueológico Cueva Pintada de Gáldar hasta el día 30 de noviembre

 

El arqueólogo e historiador madrileño Jorge Onrubia, junto a María del Cristo González Marrero, profesora de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, ha coordinado el programa de las jornadas ‘Los primeros azúcares atlánticos’ que se celebran en la Casa de Colón y el Museo y Parque Arqueológico Cueva Pintada de Gáldar hasta el día 30 de noviembre. El profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha, que ha trabajado en numerosos proyectos y estudios arqueológicos en Canarias, buena parte de ellos desde hace más de veinte años en el caserío prehispánico de la Cueva Pintada de Gáldar, considera que la agro-manufactura azucarera de las islas ha ocupado un lugar relevante en la historiografía, sobre todo en la escrita desde Canarias a partir de los años 70 y 80 de la pasada centuria, que es cuando los estudios se multiplican.

“Hay determinados objetos de estudio, como todo lo que tiene que ver con el comercio azucarero, que han gozado, por la abundancia de fuentes, de un mayor interés, lo que se ha traducido en un crecimiento más notable de las aportaciones relacionadas con la economía mercantil del azúcar. Pero el balance global es francamente positivo”, señala. “Es enormemente significativo comprobar hasta qué punto la conciencia de la importancia histórica de este patrimonio azucarero influyó cuando, a raíz de la crisis de la cochinilla en la segunda mitad del siglo XIX, se decide reintroducir en las islas el cultivo de la caña dulce. El azúcar conoce en este momento una segunda fase de esplendor en el contexto de un nuevo ciclo de implantación de monocultivos de exportación, finalmente dominado por el plátano, que genera la aparición de numerosos trapiches y fábricas de azúcar y sus derivados, entre los que se encuentra los alcoholes, los aguardientes y el ron, en muchos rincones de las islas”, dice.

Desde el Mediterráneo al caribe y América

Buena parte de los contenidos de las jornadas que reunirá a una quincena de especialistas de España, Reino Unido, Brasil, Portugal, Marruecos, República Dominicana y Francia,  fijarán su mirada en aspectos de las materialidades y el legado de esta industria  de los siglos XV a XVII que, en los últimos años y gracias a la arqueología, “ha ido abandonando poco a poco el refugio de los textos para, convertido en patrimonio material, salir definitivamente del olvido y mostrarnos lo que esas relaciones y documentos no estaban en condiciones de podernos o querernos decir”, subraya el estudioso que estuvo al frente del equipo español en la codirección científica del proyecto de cooperación hispanomarroquí Investigaciones arqueológicas en la región de Sus-Tekna (Marruecos).

Según avanza Onrubia “es bien sabido que, desde el Mediterráneo, el azúcar viajó al Caribe y a América tras pasar por Madeira, Azores y varios archipiélagos del Atlántico africano como Canarias, Cabo Verde y Santo Tomé y Príncipe. Y también que, en muy poco tiempo, los azúcares antillanos, singularmente los dominicanos, y más tarde los brasileños acabaron por desplazar en los mercados europeos a los producidos en la orilla oriental de ese océano. Eso provocó la desaparición de prácticamente todos los ingenios aquí instalados en un proceso que empieza ya a comienzos del siglo XV y acaba a mediados del XVII. Pero probablemente es menos conocido el fenómeno de reflujo que supone la irrupción en Europa de refinerías azucareras relacionadas con la llegada a este continente, desde América, de productos semielaborados, como azúcares mascabados y melazas, que terminaban de ser procesados en esta orilla del Atlántico. Este hecho, que comienza a documentarse en las primeras décadas del siglo XVI, alcanza su apogeo en la segunda mitad de la centuria siguiente. Holanda, Inglaterra o Francia se pueblan de fábricas de azúcar situadas en puertos y en aglomeraciones abiertas a la fachada atlántica. Me parece significativo, y muy evocador, señalar que sus altas chimeneas humeantes se encuentran entre las primeras en adoptar la característica morfología que nos es tan familiar cuando imaginamos, hoy, un espacio industrial”.

Pero ¿qué diferencias y similitudes se dieron entre los sistemas de explotación azucarera en Canarias y en América? Para Jorge Onrubia las diferencias son sobre todo de escala, pues tanto las extensiones plantadas de caña, como la materialidad de las propias instalaciones fabriles, transmiten una llamativa homología y una sorprendente imagen de estabilidad a uno y otro lado del Atlántico a lo largo de los siglos. “La explicación de este hecho no es otra que la significativa permanencia que podemos observar en los procesos de trabajo donde la mano de obra esclava desempeñó un papel fundamental, sobre todo en América. De hecho, aquí radica una de las disimetrías más elocuentes entre los ingenios canarios y los americanos. Aunque no se pueda minimizar la aportación del trabajo esclavo en las haciendas azucareras de las islas, y el enorme sufrimiento que provocó, en las grandes instalaciones protoindustriales de Brasil y más tarde de Barbados, Jamaica o Haití, los esclavos de origen africano se contaban por centenares. Dicho esto, es evidente que los parcelarios de caña dulce se adaptaron a las diversas características topográficas y geoecológicas de los territorios donde estaban enclavados. Por ejemplo, en Canarias los sistemas hidráulicos, con sus acequias, canales y albercas para regar las cañas y hacer funcionar los molinos, modelaron de manera profunda y duradera los paisajes azucareros. Y, sin embargo, en Brasil los cañaverales de regadío no fueron habituales”.

El impacto del desarrollo de la industria azucarera en el paisaje de Canarias fue tal, que para Onrubia no es posible entenderlo hoy sin los efectos simbólicos y materiales que provocó en las denominadas ‘islas del azúcar’, que fueron Gran Canaria, Tenerife, La Gomera y La Palma. “La estructura de la propiedad de la tierra o los particulares sistemas de tenencia y reparto de las aguas, que significativamente acabarán desligadas de la titularidad del suelo, guardan una relación directa con la economía del azúcar. Lo mismo que los paisajes, donde destacan los parcelarios agrícolas construidos a partir de la roturación de nuevas tierras de cultivo en las zonas bajas de las islas, en gran medida destinadas a cañaverales. El clareo de los montes y arboledas provocado por estas actividades agrícolas se ve secundado por una rápida y dramática deforestación que entronca con las necesidades de madera de los ingenios azucareros. Otros elementos característicos de los actuales paisajes isleños, como los sistemas hidráulicos, las redes camineras o la localización y configuración de no pocos núcleos de población también son consecuencia directa de la producción y distribución del azúcar fabricado en las islas”.

También en el espectro social su impacto fue considerable. “En una parte sustancial, las élites aristocráticas y burguesas, las mesocracias terratenientes y aguatenientes, el campesinado, formalmente libre aun cuando muchas veces su trabajo de desarrolle en condiciones de auténtica servidumbre, o los grupos de esclavas y esclavos, se configuran inicialmente como segmentos sociales en relación directa con la producción y comercialización de este edulcorante. Y qué decir del tan traído y llevado mestizaje, muchas veces impuesto y violento, no conviene olvidarlo”, subraya Onrubia.